En cuanto el avión despegó de Santiago de Chile, el padre abrazó a Silvio. Iban rumbo a Buenos Aires en busca de nuevos horizontes. Allí consiguieron pieza en una pensión: dos camas, tres sillas y un anafe donde calentar agua. Mientras el padre se dedicaba día a día a buscar trabajo, Silvio pasó a ser el nuevo del barrio, el Chileno. Y cuando comenzó a jugar al fútbol con el Flaco, el Colorín, el Negro y los demás chicos, lo deslumbró la ilusión de atajarlo todo y convertirse en el arquero de la cordillera.